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Romance de las carretas de Julián Marchena

Cuando el día ya no es día

Y la noche aún no llega,

-perfiles desdibujados,

cielo azul de luces trémulas-,

por las rutas del ensueño

van rodando las carretas.

 

Bajo el patio de las sombras

se entrecruzan las consejas:

héroes y aparecidos

de rondalla y de leyenda,

La Llorona y El Hermano,

El Cadejos y la Cegua

y la Carreta sin Bueyes

que arrastra son de cadenas…

 

El manto de la penumbra

Rasgan miles de luciérnagas.

De madrugada las yuntas

que están rumiando a su vera,

poco antes de ser uncidas

clavan los ojos en ellas;

su comprensiva mirada

largo rato las contempla

y al escuchar un cencerro,

pausadamente menean

el hisopo de la cola

y con vaho las inciensan.

 

Como una flor luminosa

se abre la mañana espléndida.

Ambulancias campesinas

hormigas de las cosechas,

cándidos lechos nupciales

y trashumantes viviendas,

se mueven siempre sin prisa,

-tarde o temprano se llega-,

y sobre el polvo o el barro

detrás de sí sólo dejan,

como las almas afines,

ondulantes paralelas.

Se observa un hombre de pelo corto y negro y de tez blanca que viste una camisa en color celeste con mangas cortas blancas y un pantalón oscuro. La persona está pintando una carreta pequeña que se ubica sobre una mesa de trabajo manchada de pintura. En el fondo, se observan más mesas de trabajo y una pared de madera rosada.
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